Recuerdo de Yourcenar
(A PROPÓSITO DE LA NOVELA HISTÓRICA)

Al tratar de ponerle un comienzo irónico al anterior artículo publicado en esta parte del Patio, en el que hablaba de críticos y novelistas enfadados entre sí, cometí, por ligereza, dos errores imperdonables. Una lúcida lectora me advertía del primero al sentenciar que lo que acababa de leer era “un artículo más de hombres hablando de otros hombres”, y tenía toda la razón, pues de los 22 nombres que yo citaba de críticos y novelistas, 20 eran varones y solo 2, la escritora Cristina Morales y la experta en crítica literaria Marie Arena, mujeres. El segundo error fue generalizar sobre un fenómeno literario tan complejo como es el de la “novela histórica” expulsando a sus productos editoriales al averno de los bestsellers de consumo.
Cometer estos dos errores, excluir escritoras en un artículo donde hablo de autores que he leído con placer y admiración, a pesar de ser una simple enumeración, y descuidar la importancia de la novela histórica en la evolución global del género novela no tiene perdón, me dije, cuando pocos escritores han sido para mí tan luminosos y me han acompañado durante tantas horas como Marguerite Yourcenar y siendo una de mis novelas favoritas Opus Nigrum, ejemplo de novela de la más alta calidad que, además de producirme gran placer su lectura, se convirtió en una lección de ética y su personaje, Zenón, en un referente moral.
Por qué, me pregunté, no había incluido en la lista de autores que enumeraba a ninguna de las escritoras que a lo largo de los años he leído y apreciado (y recomendado) como O’Connor, Wolf, Munro, Highsmith o Murdoch entre las extranjeras que recuerde ahora, o a Martín Gaite, Rododera, o Roig, o a la sorprendente Sara Mesa, que sigo de cerca desde que leyera sus primeros cuentos. Como la pregunta solo tiene una respuesta, mecanismos mentales machistas interiorizados a lo largo de años, sólo me queda enmendar el error. Y un buen modo de hacerlo puede ser recordando aquí a mi querida y admirada Yourcenar.
ALICE MUNRO (Foto: Derek Shapton) SARA MESA (Foto: Agencia Efe) IRIS MURDOCH (National Protrait Gallery)
Marguerite Youcenar nació en Bruselas en 1903 y falleció en Maine, en 1987. Alcanzó gran popularidad en España en la década de los 80 del siglo pasado, debido principalmente al éxito de Memorias de Adriano. La novela había sido publicada bastantes años atrás, hacia 1955, al poco de su aparición en Francia, pero pasó prácticamente desapercibida. Aquella primera traducción la llevó a cabo Julio Cortázar, aunque posteriormente se ocuparía, como del resto de su obra, Emma Calatayud, traductora también de buena parte de los mejores autores franceses. Otras obras de Yourcenar, como la citada Opus Nigrum, inicialmente publicada con el título El Alquimista, pasaron también desapercibidas en su primera publicación. Aún no había llegado el éxito que se desbordaría a partir de la proyección mediática enorme que tuvo su ingreso en la Académie Française, en 1980, por ser la primera mujer que lo hacía después de más de 300 años de existencia. Antes, en 1971, había entrado en la Academia belga. Yourcenar aprovechó la ocasión que le brindaba la ceremonia de ingreso en la Académie, a la que asistió el presidente de la República, para levantar la voz y denunciar que nunca antes se permitiera el ingreso de mujeres que lo habían merecido en esa docta casa, como Mme de Stáël, George Sand o Colette.
Según cuenta la investigadora Cristina Solé Castells (Anales de Filología Francesa, nº 22) a raíz de la creciente popularidad de la escritora franco-belga hubo dudas sobre si estábamos ante un boom pasajero o tendría mayor recorrido: “la prensa española se hizo amplio eco del fenómeno. El nombre de Yourcenar gozaba de importante presencia en los diarios, aunque muchos articulistas expresaban abiertamente su temor de que el boom fuera temporal. Sin embargo, con el transcurso del tiempo, tanto el interés por las ‘Memorias…’ como por el resto de las obras de Yourcenar se consolidó en España. En diciembre de 2009 el número de ediciones de las ‘Memorias…’ rondaba la treintena y el de ‘Opus Nigrum’ alcanzaba la veintena”.
El contexto político y cultural del momento en que se produce este interés por Yourcenar tuvo mucho que ver para que, ahora sí, su obra se apreciara. Era el final de la Transición, la apertura a Europa y un deseo creciente de ponerse al día en cultura europea. Además, se trataba de una mujer y las reivindicaciones feministas formaban parte ya de pleno del debate político. También se ha señalado el impacto que tuvo que Felipe González en una entrevista televisiva de gran audiencia elogiara Memorias de Adriano. No sería el único. En aquellos años, raro era el día que un dirigente político no hacía gala de sus predilecciones artísticas y lecturas. En especial, las Memorias de Adriano, estuvieron en boca de muchos.

Seguramente por azar, Opus Nigrum fue la primera obra de Yourcenar que leí; vendrían luego otras, aunque no las Memorias… que tardaría años en leerlas, posiblemente por cierto esnobismo dada su “popularidad”. Opus Nigrum fue para mí el gran descubrimiento. No era la primera novela histórica a que me enfrentaba pues Sinuhé el egipcio, un intento de reconstrucción fiel de una época tan lejana como el Antiguo Egipto la precedió, y leí con gusto. Pero Zenón era algo más que un personaje histórico. ¡Estaba vivo!; el médico filósofo de Opus Nigrum me fue atrapando según avanzaba en su peripecia, de ciudad en ciudad, en la Europa del Concilio de Trento, la Reforma y Contrarreforma, tratando de ser él, un pensamiento libre y un hombre libre, frente a toda capitulación gregaria.
El azar, ¿otra vez?, hizo que aún bajo el influjo de Opus Nigrum llegara a mis manos El nombre de la rosa, de Umberto Eco, otra novela histórica, que me devolvía a las disquisiciones teológicas. Llegaba Guillermo de Baskerville y su joven compañero Adso, y yo con ellos, a un monasterio donde se producirán una serie de muertes misteriosas que tratan de aclarar y donde hay un bibliotecario ciego, Jorge de Burgos, jugando un papel decisivo.
El tránsito de una novela a otra fue toda una lección sobre cómo dos productos literarios aparentemente similares, pues describen épocas cercanas entre ellas (un siglo y medio las separa más o menos) proporcionando a la trama un contexto de debates y enfrentamientos religiosos en el que los protagonistas tienen que andarse con cuidado, poco tienen que ver entre sí, aunque por necesidades clasificatorias se las encuadre en el cajón común de la novela histórica. No, nada tiene que ver el Zenón, construido por Yourcenar a partir de los avatares de Miguel Servet, Galileo, Copérnico o Leonardo da Vinci, con Guillermo de Baskerville, el personaje de Eco, un monje franciscano bajo cuyo hábito descubrimos un Sherlock Holmes medieval, un sabueso como aquel de los Baskerville que escribiera Conan Doyle, el padre literario de Holmes precisamente.
¿Dónde está su radical diferencia? El crítico Rafael Conte, al comentar Opus Nigrum, señalaba una característica determinante de Yourcenar como autora de novela histórica: “… no llegó a la historia desde fuera, sino que nació en su interior, en ella y desde ella aportó al género su tradición clásica, su sentido de la transcendencia de la naturaleza (ecologismo radical hasta su panteísmo final, el orientalismo y el budismo), sus experiencias personales (familiares y amorosas hasta su homosexualidad) y su sentimiento pudoroso, elegante, discreto y congelado de las pasiones humanas”. Nada que añadir.
Parafraseando a Conte, diríamos que Umberto Eco, al contrario que Yourcenar, llegó a la historia desde fuera. Y lo hizo con la maestría del filósofo, del medievalista, del gran semiólogo que fue. Y con tal bagaje alumbró El nombre de la rosa, una novela que es un cuento policiaco y a la vez un debate teológico, un collage de citas y un texto de guiños culturalistas. De todos ellos, el más apreciado y fácil de descubrir fue el de llevar a Jorge Luis Borges a guardián implacable de la biblioteca del monasterio benedictino bajo el nombre de Jorge de Burgos. Otros guiños, muchas citas escondidas, fueron difíciles de desentrañar. Dio igual, porque la novela se podía leer a muchos niveles.
Después de muchos años, recordando ambas lecturas, sigo teniendo la misma sensación: Zenón es un personaje vivo que está entre nosotros, mientras el divertido Guillermo de Baskerville pasó a las pantallas bajo el rostro de Sean Connery y ahí se quedó, aunque parte de su alma errante sigue vagando en la oscuridad de los departamentos literarios de la universidad, al modo de un espectro culto y zumbón.
El éxito de El nombre de la rosa nada tiene que envidiar a las novelas históricas de Yourcenar. Si le sumamos títulos como Guerra y paz, La muerte de Virgilio, La Cartuja de Parma o El siglo de las luces, por citar solo unos ejemplos de calidad y bastantes lectores, debemos convenir que hay una novela histórica que no merece ese estigma de subgénero literariamente menor. Pero tampoco caigamos en la benevolencia o el descuido porque muchas de las obras que se están publicando, aquí y fuera, bajo el marchamo de “novela histórica” sí responden a la definición de subproducto cultural hecho para un consumo rápido (leer, tirar y no pensar), que nada tienen que ver con el arte de la literatura. Yo pongo un nombre extranjero: Don Brown. Añadan ustedes alguno nacional, seguro que no se equivocan.
ALFONSO SÁNCHEZ
Posdata: En la lista de novelas históricas destacadas no he mencionado ninguno de los Episodios Nacionales de Pérez Galdós. Como mis amigos galdosianos me lo recriminarán de inmediato, añado aquí por justicia Trafalgar y también Zaragoza, para no tener que verme obligado a escribir otro artículo de desagravio.
Ma ha gustado mucho este artículo, Alfonso. Muy buen trabajo crítico sobre la novela histórica. Muy fácil de leer y discurre en los diferentes escenarios de la novela histórica con facilidad y suavidad. Ha sido una lectura placentera. Yo os sigo en vuestra interesante web.
Fantástico y revelador tu articulo..gracias Alfonso!
Fondo y fundamento, se nota que Alfonso tiene largo recorrido como lector.