De la crítica, los críticos y el lector de buena fe
Un viejo grupo de amigos que solemos prestarnos libros y recomendarnos lecturas hemos terminado por adoptar un código particular. Llamamos “tebeos” a las abundantes novelas de género histórico, o de serie negra o de espías, que nos distraen con sus heroicas y truculentas tramas, esas que en el argot de la industria editorial llaman bestsellers. Del grupo, unos son más proclives a consumir el segmento histórico, Roma suele ser su época preferida, a otros les atrae el “noir”, con sus chicas, whisky y la melancolía cínica del héroe, mientras que los que procedemos de viejas militancias nos evadimos sobre todo con el espionaje, generalmente el del servicio secreto británico, el más ameno, ¡no hay duda!
Creo que hemos convenido tácitamente en llamarlos “tebeos” -tenemos en el grupo un experto en poner motes- para distinguir el inconstante aprecio por estos libros del que profesamos a las novelas de Marsé, Mendoza, Marías, Vila-Matas, Bolaño… No digamos ya de las de Baroja y Azorín o Cela, Delibes, Torrente Ballester, Benet y Goytisolo, Borges y Cortázar, autores ligados a nuestra juventud. También leemos a extranjeros, pero traducidos, porque no se nos dan los idiomas. Y uno sigue con atención a Cristina Morales, que le parece Teresa de Jesús, dice. No todos los autores nos gustan igual, obvio es decirlo, pero los hemos leído y de todos tenemos cierta opinión. De los “tebeos” no opinamos, nos limitamos al intercambio, a pasarnos libros como nos pasábamos los porros (en la juventud, claro), sin mucho comentario, y sin excesos.
Nuestro criterio de lectores aficionados, pero no formados en la crítica literaria académica, nos permite ir cruzando opiniones, con mayor o menor acierto, sobre la calidad de nuestras lecturas. Nos vamos formando un canon, por así decirlo, que establecemos en función de lo leído, sin darle más importancia a si tal libro ha vendido más o menos ejemplares, si ha obtenido éxito de público, o si fue premiado; pero estamos al día. Seguimos de cerca los suplementos culturales para ver qué se cuece y qué recomiendan los críticos profesionales. Porque en este grupo de amigos también nos gusta criticar a los críticos. Y nos gusta leer cómo los críticos vapulean a los escritores, y a estos cómo disfrutan criticando a los críticos que les critican. Es divertido. Novelesco.
Un ejemplo: el escritor Javier Cercas, en su columna de El País Semanal del domingo 7 de febrero de 2021, expresaba de manera airada su malestar con el estado de la crítica literaria de nuestro país, así, en general, después de leer en una reseña sobre la novela Alegría, de Manuel Vilas, una cita del escritor y editor Damián Tabarovski en la que este defiende que “el éxito mainstream en la industria literaria es ‘imperdonable’ puesto que siempre implica alguna forma de derrota artística”.
A juicio de Cercas, la frase de Tabarovsky, que el crítico había traído a colación, solo podía entenderse en el sentido de que “una novela de éxito equivale a una mala novela”; a partir de ahí encadena una serie de ejemplos palmarios de novelas de éxito, desde El Quijote a Cien años de soledad, pasando por Guerra y Paz, Madame Bovary, etc., etc., y concluye que el argumento de Tabarovsky significa que, “aunque no fueran malas cuando se publicaron, ahora sí lo son, porque ya tienen “éxito mainstream” y por tanto deberíamos matizar nuestro entusiasmo por ellas, si no directamente despreciarlas”.
Nos cuesta creer que ese fuera el planteamiento del escritor argentino, que más parece estar hablándonos de la prioridad que la industria editorial suele dar a la edición de productos que le aseguren la venta de ejemplares sobre la calidad literaria, lo que no parece descabellado y hasta entra dentro de la lógica empresarial.
A tal punto llegaba el enfado de Cercas que decía sentirse estupefacto porque hasta ahora nadie, antes que él, hubiera salido al paso de tamaño insulto literario: “¿Cómo es posible que una falsedad tan palmaria como la formulada por Tabarovsky no suscite la más mínima réplica y sea difundida como artículo de fe?”, escribía. Y él mismo se encargaba de darnos la respuesta enmascarada de pregunta: “¿… no será todo culpa del mal que aqueja a la crítica literaria, que ya nadie lee a los críticos, salvo otros críticos y, si acaso, los autores a quienes critican, y nadie se atreve a criticar al crítico, por miedo a represalias, y en consecuencia la crítica se ha vuelto impune, gratuita, irresponsable? Y termina: “¿qué clase de autoridad puede tener una crítica consagrada a propagar semejantes supercherías? ¿Qué lector de buena fe puede fiarse de ella?”
Llegados a este punto, como lectores de buena fe, pensamos que algo le había ocurrido al autor de Soldados de Salamina o Anatomía de un instante, que tanto nos habían gustado, que no llegábamos a entender. Y nos pusimos a investigar (para algo tenían que servirnos los bestsellers de espías y detectives).
Como Cercas en su columna de El País no cita al crítico al que alude, pateamos la red y encontramos que la cita que tanto le enfadó la utilizó el crítico Nadal Suau en su reseña de la novela Alegría, publicada el 11 de noviembre de 2019 en el suplemento El Cultural del diario El Mundo. ¡Un año y tres meses había pasado de aquello, pero Cercas no había olvidado! Fue ese año, precisamente, cuando Cercas ganó el Planeta con Terra alta, siendo finalista Manuel Vilas con Alegría.
¿Habíamos encontrado la pista? Pudiera ser. La crítica de Nadal Suau sobre Alegría, además de citar a Tabarovsky, causante del horror de Cercas, viene a decirnos, sin restar algunos elogios, que la novela de Vilas es reiterativa respecto a su anterior y exitosa obra, Ordesa, “como si Alegría fuera la repetición rutinaria del mismo discurso…”. E incide el crítico con la afirmación de que si bien “el lector perdona el éxito…(Tabarovsky de nuevo), será difícil que la propia industria los pase por alto. Así la sensación reiterativa se une a la circunstancia nada reconfortante de su condición de finalista del Premio Planeta…”.
Con estos descubrimientos, al lector de buena fe -como nosotros- le fue embargando la sospecha de si Cercas estaba hablando en su columna de la tesis de Tabarovsky o ajustando cuentas pasadas. Motivos no le faltaban, porque en la crítica a Alegría, Suau sigue metiendo el dedo en el ojo de los premiados con el Planeta, aunque por voz interpuesta, remitiendo mediante enlace a un artículo del crítico Ignacio Echevarría que se suelta un par de párrafos que no tienen desperdicio:
“…resulta casi reconfortante observar la alegre y mansa connivencia con los políticos, empresarios, escritores, famosos de toda pluma, profesionales de los más variados ramos y por supuesto periodistas (con que) acudieron una vez más a la gala del Premio Planeta (…) y aplaudieron tan contentos la sorprendente revelación de los dos ganadores de este año: Javier Cercas y Manuel Vilas.
La naturalidad -por no hablar ya de cinismo- con que se arropan y celebran operaciones comerciales cuya dimensión cultural se sustenta en un volumen de ventas cuidadosamente planificado que es proporcional a la que ostentan, al obtener el premio, significados escritores que para nada se sienten concernidos, al parecer, por la naturaleza fraudulenta de ese premio, da igual que se juzgue más o menos inofensiva”.
Terminaba recordando Echevarría que el propio Vilas, tiempo atrás, había afirmado que la mezcla de literatura y productos editoriales como el Premio Planeta provocaban daños irreparables. La afrenta ¿merecía o no merecía un reto a duelo? Bueno, eso ya solo ocurre en los bestsellers de espadachines.
Pero no es, ni será, la última vez que escritores y críticos se enzarcen en polémicas sobre si la calidad literaria se resiente cuando se busca el gran público, o cuál es la función de la industria editorial, la labor del crítico o sobre la naturaleza de los premios. Por cierto, en el mismo número del suplemento de El País en el que el premiado Cercas se despachaba contra los críticos, Javier Marías dedicaba su columna a denigrar los premios literarios y reivindicar su posición de declinar galardones y, de paso, a arrear también a la crítica literaria.
Hace unos diez años, este mismo periódico, El País, publicaba un largo reportaje sobre el estado de la crítica literaria del que rescatamos la opinión de dos críticos estadounidenses cuyas observaciones son válidas para nuestro país. Marie Arana, escritora, ex directora literaria del desaparecido World Book, de The Washington Post, daba su opinión sobre qué debía ser un crítico literario: “un juez que ha leído mucho, conoce el canon literario y posee una amplia variedad de experiencias con muchos géneros. Nuestro trabajo consiste en actuar como lectores serios. Nuestro objetivo debería ser el de ubicar un libro, juzgarlo con la perspectiva de una larga tradición literaria”.
Por su parte, Eliot Weiberger, escritor, traductor y crítico de medios como The New York Review of Books, afirmaba que “la llamada crítica ‘seria’ ha pasado en su mayoría a ser dominio de los académicos, que escriben usando una jerga especializada, en la extraña creencia de que lo complejo solo puede presentarse por medio de frases impenetrables, y que parecen más preocupados por la crítica de la crítica que por la crítica de la literatura. El resto es publicidad principalmente: los extraordinariamente eficaces departamentos de marketing de las grandes empresas editoriales dictando aquello sobre lo que se escribirá en los periódicos y revistas (…) Los premios se han convertido en la validación estándar del mérito literario”.
Poco que añadir a estas observaciones. Si se cumplen o no estos supuestos en la crítica literaria de nuestro país lo decidirá el lector de buena fe al que alude Cercas. Ese lector que agradecería que le dieran la información necesaria para entender de qué se hablan “entre ellos”. Pero su frecuente incumplimiento puede que convierta la buena fe del lector en mala leche si comprueba que le están dando gato por liebre, sea este un crítico, un editor, un escritor o el sursumcorda.
ALFONSO SÁNCHEZ
Excelentes artículos, el de la crítica y los críticos. Me parece muy completo y muy didáctico, para todos los que no estamos al tanto de las relaciones entre escritores, editoriales, premios y todo el entorno literario.