Duelo de músicos sin instrumentos
Nadie pone en duda la calidad, el estilo propio y la personalidad de la orquesta de Duke Ellington. Desde los tiempos del Cotton Club, la banda cosechaba éxito tras éxito, y formar parte de ella era un lujo que muy pocos músicos podían paladear. Además, vista la proliferación de formaciones, la cantidad de líderes musicales que emergían y formaban su propia orquesta, los clubes que abrían sus puertas en las principales ciudades de los Estados Unidos, y las modas que atravesaban fronteras, hay que decir que la formación que dirigía Ellington rara vez despedía a un músico, con lo que la consolidación del grupo era una de los principales factores de éxito.
Juan Tizol, portorriqueño, formado en una familia de músicos, llevó aires nuevos a la banda del Duke. Su trombón de pistones lograba fraseos, sonidos, estilos que poco a poco fueron dando personalidad propia a toda la orquesta, y eso a Ellington le gustaba. Cuando finalizaba un concierto, los dos se iban a casa del compositor, y mientras éste iba diseñando un nuevo tema, Tizol, paralelamente, orquestaba lo que iba saliendo del piano de Ellington. Para realizar ese trabajo era necesaria una gran destreza, y Tizol demostraba todas las noches que era un superdotado para la música. Poco a poco, Tizol se hizo imprescindible, y el líder descargaba responsabilidades en el portorriqueño, tales como encargarle arreglos, orquestaciones de partituras ajenas e incluso sustituirle en los ensayos. A cambio, Tizol premiaba al jefe con composiciones que han pasado a la historia, entre ellas Caravan o Perdidos, partituras que forman parte del repertorio de cualquier banda de jazz que se precie. Una curiosidad: Perdidos es el nombre de una calle de Nueva Orleans que le inspiró a Tizol a componer ese tema, la misma calle en la que nació Louis Armstrong.
Corría el año 1953 y la banda incorporó a un nuevo miembro, Charles Mingus, contrabajista, para tocar en el Bandbox de Nueva York. Negro, alto, corpachón casi de oso, pelo ensortijado, Mingus tenía una extraña personalidad, un carácter vehemente. No aguantaba una china en su enorme zapato. El temperamento de Mingus era conocido y temido tanto dentro como fuera del escenario.
La llegada de Mingus a la banda coincidió con un arreglo que Tizol estaba preparando para la orquesta. Y el pentagrama contemplaba un solo de contrabajo que el portorriqueño había diseñado con especial devoción y que el contrabajista debía tocar con el arco. El arreglista bajó a la sala de ensayos que estaba debajo del escenario donde esa noche iba a actuar la orquesta y le entregó la partitura a Mingus: “Intenta tocar esto para ver cómo suena en el contrabajo”, le dijo Tizol al corpulento negro. Y Mingus comenzó a tocar, pero una octava más alto de lo que estaba escrito. “No quiero eso, le cortó en seco Tizol. Si hubiera querido escribir eso para un cello, lo hubiera escrito para un cello. Quiero escuchar eso en el contrabajo”. Mingus cuenta en sus memorias que intentó atenuar el sonido para que el contrabajo no sonara muy fangoso (sic). El arreglista estaba encendido. Tal vez los galones con los que Ellington le había premiado le habían hecho un personaje más irritable que de costumbre. La frase final fue como una auténtica bofetada en la cara del contrabajista. “Todos los negros de la orquesta sois iguales”. ¿Y en qué nos diferenciamos de ti?, le espetó Mingus. La respuesta prendió la mecha: “Yo soy blanco y vosotros, unos analfabetos que no sabéis leer”.
A partir de este momento, las versiones se bifurcan en dos direcciones, aunque ambas tienen un elemento común: la contundencia del metal. Según unos, Mingus arrancó un tubo de acero que sujetaba el telón y persiguió a Tizol escaleras arriba hasta el escenario, partiendo en dos la silla en la que se sentaba el trombonista de un acertado golpe. Según otros, lo que Mingus llevaba en la mano era un hacha de bombero, arrancada de uno de los cuadros contra incendios que estaban en el pasillo, y partió la silla de un certero tajo. Tizol sorteó su puesto en la tarima y se escondió bajo un atril. Los operarios del Bandbox cambiaron la silla y comenzó la actuación a la hora prevista.
Finalizada la sesión, Mingus fue llamado al camerino de Ellington. Mientras se abrochaba unos preciosos gemelos de Cartier en su camisa de seda, le dijo al contrabajista: Podías haberme avisado; me dejaste fuera de la obra por completo. Hubiera podido insertar algunos acordes mientras ejecutabas tu rutina a lo Nijinsky [Vaslav Nijinsky fue un bailarín y coreógrafo ruso de origen polaco, y se hizo célebre por su virtuosismo y por la profundidad e intensidad de sus caracterizaciones]. Si Juan y tú me hubierais informado de vuestro adagio, le habría puesto banda sonora. Nunca he despedido a nadie, pero me temo Charles que tendrás que irte de mi banda. Juan es un viejo problema y sé lidiar con él, pero tú eres un nuevo problema y no necesito nuevos problemas. Por eso, tengo que pedirte que me entregues tu renuncia, Mingus”.
Cuando el contrabajista salió del camerino, Duke Ellington llamó a su manager, Al Celley y le ordenó: Págale dos semanas y que se vaya ¡ya!
Pero la música une talentos, y ése no fue el final de la relación y admiración mutua entre Ellington y Mingus. Nueve años más tarde, en 1962, el Duke convocó a Mingus, junto con el batería Max Roach para formar un trío y grabar un álbum histórico: Money Jungle. El pianista necesitaba sentir el desgarrado ánimo de Charles Mingus deslizándose por las cuerdas de su contrabajo para versionar catorce de los mejores temas que la orquesta había paseado por los más selectos escenarios jazzísticos de todo el mundo, entre ellos, Caravan, la melodía que ha inmortalizado a Juan Tizol, caracterizada por su comienzo inspirado en la música árabe y una estática armonía que aportó un precedente para lo que más tarde se conocería como jazz modal, una peculiar forma de acometer las improvisaciones jazzísticas, que rompieron con la tradición de ejecutar las improvisaciones utilizando las escalas de mayor a menor.
GABRIEL SÁNCHEZ
La orquesta de Duke Ellington interpreta aquí Caravan, con Juan Tizol:
Y aquí se puede escuchar A little Max del mítico álbum Money Jungle, con Charles Mingus, Max Roach y Duke Ellington:
Dos gallos en el mismo gallinero…mala cosa.
Curiosa y bien escrita historia. Gracias!