Vuela, pensamiento
Desolado, presa de una gran depresión, sin ganas de vivir, sin aliento para seguir adelante, aquel pobre hombre, demacrado, envejecido, decrépito, con escasas fuerzas para caminar, entró en la fría habitación –los criados ya ni se molestaban en atizar el fuego- y depositó el manuscrito que llevaba en la mano sobre una mesa de mármol, tan fría como el resto de los muebles, como el ambiente que se respiraba en ese Milán inhóspito, aquejado de epidemias. Tan frías tenía las manos, que cuando dejó los papeles sobre la mesa, arrastró con sus torpes dedos de hielo las primeras cuartillas, que se deslizaron como en un tobogán y cayeron al suelo. Maldijo su suerte: ahora tendría que agacharse a recogerlas, doblar la espalda, hacer trabajar esos doloridos riñones. Su concepto del orden no le permitía dejar tiradas por el suelo hojas de papel desperdigadas. Cuando se inclinó, leyó la primera línea de la cuartilla que había quedado al descubierto sobre la mesa: Va, pensiero, sull’ali dorate; va, ti posa sui clivi, sui colli, ove olezzano tepide e molli l’aure dolci del suolo natal! Del Giordano le rive saluta, di Sionne le torri atterrate… Oh mia patria sì bella e perduta! Oh membranza sì cara e fatal! (¡Vuela, pensamiento, con alas doradas, pósate en las praderas y en las cimas donde exhala su suave fragancia el dulce aire de la tierra natal! ¡Saluda las orillas del Jordán y las destruidas torres de Sion! ¡Oh, mi patria, tan bella y perdida! ¡Oh recuerdo tan querido y fatal!). Era el inicio del Salmo 137, Super Flumina Babylonis.
Recogió las cuartillas del suelo, ordenó el taco y leyó la portada: “Nabucco” y en el centro del pliego, un nombre: Temistocle Solera. Con la palma de la mano extendida sobre la primera hoja, como si de un juramento solemne ante la biblia se tratara, se sentó, se desabrochó el sobretodo (no se lo quitó por temor a agarrar una pulmonía), acercó un quinqué, abrió la espita para que el petróleo empapara la mecha y proporcionara luz brillante y abundante, y comenzó a leer. No durmió en toda la noche. Leyó el libreto tres veces.
Giuseppe Verdi había pasado de la gloria a la desdicha en tan sólo unos meses. El nefasto año de 1840 se había llevado por delante a su esposa y a dos de sus hijos, aquejados de meningitis, en pocas semanas. Desanimado, había abandonado la composición, y no venía momento ni motivo para retomarla. Un año después, en 1841, su amigo Giovanni Merelli le pidió que pusiera música a un texto del poeta Temistocle Solera que trataba sobre las vicisitudes y penurias del pueblo judío, sometido a la tiranía de Nabucodonosor, rey asirio y opresor del sentimiento hebreo.
Ricardo Mutti Cartel de la Ópera Nabucco Giuseppe Verdi
Verdi lo vio claro desde aquella noche, y en menos de un año la partitura estaba terminada. Nabucco se estrenó en la Scala de Milán el 9 de marzo de 1842. Fue un rotundo éxito. Enseguida las notas del coro de los esclavos judíos del tercer acto y la letra de Solera, tomada del salmo bíblico, recorrieron Italia de punta a punta, como símbolo y metáfora de la situación política que se vivía en aquel momento. Dividida en reinos títeres de las grandes potencias, Italia buscaba su propia identidad como nación, su risorgimiento, como país, y desprenderse del abuso de autoridad que ejercía el Imperio Austro-Húngaro, por decisión del Papa Gregorio XVI, que había pedido ayuda a los austriacos para que aplastaran los brotes nacionalistas e independentistas que habían surgido desde 1830. ¡Oh mia patria sì bella e perduta !
Desde entonces, el coro de los esclavos de Nabucco se convirtió en el himno de la Italia reunificada e independiente, y Verdi colaboró a que el sentimiento patriótico prendiera en el pueblo italiano, tanto como Garibaldi o Mazzini. Los italianos cantaban el “Va, pensiero” por todos los rincones, a pesar de la prohibición de las autoridades imperiales de entonar el símbolo de la independencia y el canto que denunciaba la opresión austriaca. Ayer fueron los judíos frente a Nabucodonosor; hoy somos los italianos frente a Metternich. Ese era el sentimiento independentista que recorría toda la península, de esquina en esquina, desde los Alpes hasta Sicilia.
Y todavía hoy, las estrofas que los esclavos entonan en Nabucco siguen teniendo el mismo vigor y la misma identidad para denunciar opresión, falta de identidad y desfallecimiento de Italia como nación, un desfallecimiento común a otros tantos países del entorno mediterráneo.
El 12 de marzo de 2011, Nabucco se representó en La Scala de Milán. Hacía tiempo que el templo de la ópera por excelencia no había programado la obra. La representación acaparó la expectación del “todo Italia” operístico. Tanto es así que a la velada asistió, ocupando palco presidencial, el primer ministro de la época, Silvio Berlusconi. La orquesta, la titular de la Escala; el director, Ricardo Mutti. Cuando el coro inició los primeros compases de “Oh patria mía, tan bella y tan perdida”, el público interrumpió la interpretación con una cerrada ovación, pidiendo un bis a los cantantes, al tiempo que gritaban “Viva Italia”, “Larga vida a Italia”. Ricardo Mutti interrumpió la representación, y se dirigió al público, invitándole a no callar, incitándole a seguir protestando por la vergonzosa situación política del país. Dirigiéndose con la mirada al palco que ocupaba Berlusconi, el director dijo: Yo he callado durante muchos años. Ahora deberíamos darle sentido a este canto. Les propongo que se unan al coro y que cantemos todos el Va, Pensiero. El público se puso en pie y acompañó al coro en el canto, entre lágrimas, aplausos y una lluvia de panfletos que caían del piso superior. De lo que Berlusconi hizo en esos momentos, las crónicas del acontecimiento no dan cuenta ni detalle.
GABRIEL SÁNCHEZ
Me ha entusiasmado esta historia… Un texto muy bien escrito, entretenido y que, además, me ha enseñado un trocito de historia. Cuando escuche Nabucco me acordaré seguro!
Mil gracias por este regalo.
Sesa tienes toda la razón! Acabo de experimentar lo mismo!!
Fantástico!!